Las mariposas revolotean en mi estomago. O quizás son nauseas.
Todo gira al rededor mío y no me puedo mover. O quizás sea la resaca.
Todo cae por su propio peso. O quizás ya no tenga excusas para justificar mi desgracia.
Estoy segura de que fuiste mi Sol, alguna vez. A millones de años luz de distancia, pero lo suficientemente cerca como para quemar con tu luz. Es por eso que siempre preferí la noche. Porque en mis pesadillas evitaba escuchar tu nombre.
Recuerdo una en particular, en la que me estaba ahogando y moría. Dicen que si morís en un sueño, morís en la realidad. Me levante y sí, efectivamente estaba
muerta. Afortunadamente así esta la mitad de la ciudad; caminando por inercia, diciendo y haciendo pero sin entender el porqué. Sin importarles porqué.
Y me refiero a muerte porque no sabemos lo que es la vida, porque no somos capaces de disfrutarla. Porque el aire contaminado consumió nuestras ganas de reír, de sentir, de seguir.
Así que estoy muerta, muerta,
muerta. Sin intenciones de dejar de estarlo; porque es más cómodo que
agonizar, como lo hace la otra mitad de la ciudad.