Ella no existía más que en su mente, el mundo ya nada tenía que ofrecerle.
Se entrego al placer de la desconexión, a un sub-mundo de perversión; hizo de sus sueños cenizas para tratar de sentir calor... Y no lo logró, otro implacable fracaso más para su colección.
Se desmoronaba todas las noches, y trataba de renacer en la madrugada; pero nunca pudo. Tenia esperanzas de que ese mañana desterrara de una manera simultanea su existencia, como si nada hubiera pasado durante esos 17 años.
Se mostraba fatal ante sus miedos, trataba de burlar sus propios engaños. Es que la mentira se apodero de su cabeza, y ya no recordaba quien realmente era.
Se alzaba entre sus perdiciones, pero la gravedad la hundía en ellas, una vez más.
Intentó por última vez beber de ese té encantado, el cual consistía en dos cucharadas de azúcar, unas hojas de cedrón, cianuro y unas gotas de limón; por primera y única vez lo sintió. Su pulso decaía, su vista se nublaba, el aire ya no llegaba a sus pulmones... Su vida acababa. Ella finalmente había triunfado.
Esta vida moderna, opresora y devastadora, sólo nos deja brillar cuando nos estamos por apagar, pues es el único descanso que nos da. Y si ella lo sabría, quizás no haya decidido venir al mundo, pero pudo bajarse de él a tiempo.